LIBRE DE LA ESCLAVITUD
Actualmente en varias partes del mundo hay muchas personas que viven bajo regímenes seculares totalitarios, como la China y Corea del Norte. Si desobedecen a las autoridades, son condenadas a encarcelamiento en centros de concentración o gulags. Otras viven bajo regímenes totalitarios con una ideología religiosa, como Irán y la mayoría de los países musulmanes, donde tienen que obedecer a los líderes religiosos o ser perseguidas o encarceladas. Sin embargo, hay naciones libres, democráticas donde hay millones de personas que son esclavas de su propio pecado porque no saben lo que Cristo ha hecho por ellas. Este tipo de esclavitud personal es devastador. ¿Y tú, sabes que Cristo te ha liberado de la pena y del poder del pecado, o sientes que estás luchando una batalla perdida? Sé que algunas personas que leen estas palabras están luchando una batalla personal contra el pecado. Otras, en este momento se encuentran total y completamente esclavizadas por el pecado. Dios quiere que entiendas cómo vencer el poder del pecado en tu vida para poder ser verdaderamente libre. ¿Cómo se logra eso?
Veamos las promesas de Jesucristo: «Entonces Jesús decía a los judíos que habían creído en Él: “Si ustedes permanecen en Mi palabra, verdaderamente son Mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”. Ellos le contestaron: “Somos descendientes de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices Tú: 'Serán libres'?”. Jesús les respondió: “En verdad les digo que todo el que comete pecado es esclavo del pecado; y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí permanece para siempre. Así que, si el Hijo los hace libres, ustedes serán realmente libres”» (Jn. 8:31-36). Los fariseos revelan cómo el orgullo los había cegado a la realidad de su estado cuando contestaron a Jesús: «Somos descendientes de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie». Se olvidaron que fueron esclavos del faraón en Egipto, esclavos de Asiria y Babilonia, y en el momento en que Jesús les decía estas palabras estaban esclavizados por Roma. La razón por la cual menciono esto es porque el orgullo hace que una persona se engañe a sí misma. No dejes que tu orgullo te impida admitir tu necesidad ante Dios. Si rehúsas humillarte, tu orgullo te alejará de la libertad que Dios quiere darte hoy.
Después de leer las palabras de Cristo, ¿estás seguro de que eres libre de la pena y del poder del pecado? Jesús murió y resucitó por esa libertad verdadera, o como dijo, para que fuéramos «realmente libres». Este es el objetivo de la vida cristiana. Dios quiere que seas realmente libre para que disfrutes la vida que diseñó para ti. Solo así podrás servirle.
Antes de continuar con el tema de la libertad del pecado, quiero aclarar un poco el verso Juan 8:34 porque muchos leen esto e inmediatamente malinterpretan lo que Jesús dice. La palabra comete en esta frase, «todo el que comete pecado», está en el tiempo presente. Esto significa que Jesús se refiere a aquellos que voluntaria y continuamente practican el pecado. No se refiere a las personas que pecan, se arrepienten y le piden perdón a Dios. Habla de las personas que pecan y practican el pecado sin ninguna pena o arrepentimiento. Esta es la razón por la que Dios quiere que nos acostumbremos a confesar nuestros pecados con regularidad. En 1 Juan 1:9 tenemos la promesa: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad». Las palabras confesamos y es en este versículo también están en el tiempo presente. Juan literalmente dice que, si confesamos con regularidad nuestros pecados, Dios con regularidad perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad. Observa que Juan no dice ‘alguna maldad’ o solo la ‘maldad incidental’, sino más bien, toda maldad.
Confesar tu pecado con regularidad es algo muy esencial porque te hace recordar que necesitas a Dios. A medida que admites tu necesidad, Él dispensará Su gracia y misericordia sobre ti.
¿Recuerdas tu vida de esclavo del pecado?
Para realmente captar la importancia de ser libre del poder del pecado en tu vida, es esencial que recuerdes cómo era tu vida antes de recibir a Cristo. Al igual que Pedro, creo que nunca debes olvidar que Dios te ha concedido la purificación de tus pecados pasados (2P.1:9). Pablo tampoco olvidó lo que había hecho antes de ser salvo, dijo: «Porque yo soy el más insignificante de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, pues perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y Su gracia para conmigo no resultó vana. Antes bien he trabajado mucho más que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios en mí» (1Cor.15:9-10). Además, Pablo declaró de sí mismo: «Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero» (1Ti. 1:15).
¿Recuerdas cómo vivías cuando no eras creyente y lo que hacías? Eras esclavo del pecado. Hacías cosas que sabías que estaban mal, y tu consciencia te condenaba constantemente. Trataste de dejar ese pecado, pero siempre volvías a caer en la mismo. Te prometías no volver a cometer el mismo pecado, pero lo volvías a hacer. Luego, ponías un poco de empeño en tu promesa; pero nuevamente fracasabas, te frustrabas y te sentías aún más culpable por tu pecado. Tu temor, enojo o resentimiento te controlaban y gobernaban tu vida. Parecía no haber remedio para lo que estabas pasando. ¡Esto es ser esclavo del pecado!
Incluso como creyente, Pablo experimentó este dilema de pelear con su naturaleza pecaminosa. Fue perdonado y declarado justo en Cristo, pero reconoció que la batalla contra el pecado continuaba. No como antes cuando no era creyente, sino que la lucha contra el poder del pecado tomaba lugar en su mente—en sus deseos y pensamientos. Pablo menciona esta batalla en Romanos 7:15-18. Presta atención a sus palabras y mira si te identificas: «Porque lo que hago, no lo entiendo. Porque no practico lo que quiero hacer, sino que lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero hacer, eso hago, estoy de acuerdo con la ley, reconociendo que es buena. Así que ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí. Porque yo sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita nada bueno. Porque el querer está presente en mí, pero el hacer el bien, no». ¿Has experimentado este forcejeo? Estoy seguro que sí. ¿Por qué haces las cosas que odias? ¿Por qué tienes pensamientos tan corruptos? La respuesta es muy simple. Tienes una naturaleza pecaminosa en tu interior y tienes una nueva naturaleza que también mora dentro de ti. Ambas están en conflicto. En tu mente aceptas que la ley de Dios y Su verdad son justas, pero existe otro poder que actúa en tu interior y constantemente intenta derrotarte. ¿Cuál es la solución? ¿Cómo puedes experimentar la libertad que Cristo prometió?
¿Quién es el único que puede liberarte de la esclavitud del pecado?
La respuesta es muy simple. La respuesta de Dios para el problema del pecado se encuentra en la comunión con Jesucristo. En el momento preciso en que recibiste a Cristo, algo impresionante sucedió en tu interior. Este es el primer paso hacia la libertad. Fue tan impresionante que no entendiste por completo lo que acababa de suceder. Percibías una diferencia, pero realmente no entendías lo que había sucedido. Recuerdo el día después de entregarle mi vida a Cristo; estaba consciente de que algo había cambiado, pero no lo podía describir. Si me hubieran pedido que
lo explicara, no lo podría haber hecho. La Biblia dice que Dios me ha limpiado de mi pecado y me ha dado una nueva naturaleza. Esto es lo que se conoce como el nuevo hombre (Ef. 4:24). Pedro explicó que este nuevo hombre es la naturaleza divina de Dios (2P.1:4). ¿Por qué Dios nos da esta nueva cualidad? Para que, por instinto, queramos hacer lo que Él manda. Esta nueva naturaleza nos da el deseo y la voluntad de hacer lo que el Señor quiere que hagamos. En Romanos 6:17-18 Pablo describe exactamente lo que sucedió el momento en que creímos la veracidad del evangelio, dijo: «Pero gracias a Dios, que aunque ustedes eran esclavos del pecado, se hicieron obedientes de corazón a aquella forma de doctrina a la que fueron entregados, y habiendo sido libertados del pecado, ustedes se han hecho siervos de la justicia». En algún momento todos fuimos esclavos del pecado, pero cuando obedecimos el llamado de Dios, fuimos liberados del pecado y nos convertimos en esclavos de la justicia. Pero este es solo el primer paso hacia la libertad. Cuando comenzamos a seguir a Cristo nos damos cuenta de que hay un problema. Ese problema es que todavía pecamos y fallamos. Luego, nos preguntamos cómo es que esto le sucede a alguien que ha sido liberado del pecado. Es porque todavía tenemos la naturaleza pecaminosa en nuestro interior. Tu naturaleza pecaminosa ama el pecado, pero tu nueva naturaleza ama la justicia. Mientras vivamos en este cuerpo carnal aquí en la tierra, tendremos que lidiar con nuestra naturaleza pecaminosa y sus deseos.
¿Cómo lidias con esta batalla entre tus dos naturalezas? ¿Cómo puedes experimentar la libertad que Jesucristo prometió a Sus discípulos? El primer rayo de luz llega al creyente cuando está lleno del Espíritu Santo y experimenta inmediatamente la libertad. Esto es lo que Pablo explicó en Gálatas 5:16-17, «Digo, pues: anden por el Espíritu, y no cumplirán el deseo de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues estos se oponen el uno al otro, de manera que ustedes no pueden hacer lo que deseen». Aquí Pablo nos da la simple solución para darle fin a esta batalla. Nos dice que simplemente andemos por el Espíritu. Si ando bajo el control del Espíritu (el poder de mi nueva naturaleza), no cumpliré los deseos de mi carne (mi vieja naturaleza). La palabra anden en el versículo 16 está en el tiempo presente, por lo tanto, tu entrega al control del Espíritu debe ser constante y frecuente. Si es así, no cumplirás los deseos de la carne. En el griego, la palabra no conlleva una doble negación. Esta es la manera más enfática de decir que tus deseos carnales tienen que ceder al poder del Espíritu.
Además, Pablo afirma claramente que esta batalla entre las dos naturalezas continuará hasta el día en que estemos en la presencia de Cristo. En el versículo 17 las frases: el deseo de la carne; es contra; y lo que deseen, están en el tiempo presente, lo que significa que existe una lucha constante entre estas dos naturalezas. Por esa razón, todo creyente debe ser diligente y andar diariamente en el Espíritu. No hay períodos de tregua en esta batalla. Es por eso que caemos cuando descuidamos nuestra relación espiritual. Si crees que esta batalla terminará antes de llegar al cielo, ¡no te hagas ilusiones! Tienes que salir vencedor todos los días de tu vida. No olvides que para vencer tienes que estar lleno del Espíritu Santo constantemente. Cuando permites que el Espíritu reine en tu interior, ¡no te entregas a los deseos de la carne! Entonces, la próxima vez que alguien te ofenda y sientas por dentro que se enciende la llama de ira, pídele al Señor que te llene del Espíritu Santo. Cuando el orgullo, la envidia o los celos traten de consumirte, ríndete de inmediato al Espíritu Santo y experimentarás la libertad. Recuerda que rendirse al Espíritu es una decisión. No es algo que haces para liberarte; es algo que Él hace en tu interior por medio de Su poder.
Permíteme dar una ilustración que aclarará todo esto. Pablo dice en Romanos 8:2: «Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte». Siempre hay dos naturalezas actuando dentro de ti. Existe la ley del Espíritu, y la ley del pecado y la muerte. Estas dos leyes corresponden a tu nuevo hombre y tu viejo hombre. La ley del Espíritu fortalece tu nueva naturaleza para poder vivir la vida cristiana. La ley del pecado y de la muerte surge cuando cedes a los deseos de la carne. Estas dos leyes están ilustradas en la ley científica de la gravitación universal y la ley de sustentación. La ley de gravitación universal funciona cada vez que saltas del techo de un edificio. ¿Qué sucede? La ley de gravitación toma control y caes al suelo. Pero la ley del Espíritu de vida es como la ley de sustentación que permite que un avión de pasajeros, completamente cargado y con un peso de miles de libras, pueda levantarse de la pista del aeropuerto. ¿Qué posibilita que el avión desafíe la ley de gravitación universal y levante vuelo? Es simplemente la aplicación de una ley superior a la ley de gravitación. Esta ley superior es la ley de sustentación. La ley de sustentación toma control cada vez que el avión se mueve por la pista. La ley de gravitación universal es reemplazada por la ley superior de sustentación. Esta es la misma manera en que la ley del pecado y la muerte es reemplazada por la ley del Espíritu de vida que se encuentra en Jesucristo. ¡Es así de sencillo! No lo hagas más complicado. El Espíritu Santo actúa dentro de ti para liberarte cada vez que invocas Su ayuda.
¿Por qué funciona este proceso de entrega al Espíritu?
Permíteme explicar cómo funciona todo esto. El Espíritu Santo actúa para liberarte debido a lo que Dios hizo en la cruz y en Su resurrección. Hemos visto la sencillez de cómo Dios te libera de la esclavitud del pecado llenándote con Su Espíritu. Ahora veamos cómo Dios obra en el trasfondo para liberarte.
1. Necesitas conocer y obedecer la verdad. Regresemos a los versículos originales con los que comenzamos este estudio. Cristo prometió en Juan 8:31-32: «Entonces Jesús decía a los judíos que habían creído en Él: “Si ustedes permanecen en Mi palabra, verdaderamente son Mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”». Por lo general, cuando las personas hablan de la liberación del pecado citan: «y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres». Pero el simple hecho de conocer la verdad no te puede liberar. ¿Por qué digo esto? Porque esta oración está fuera de contexto. La gente excluye la oración que le precede. Jesús también dijo, «Si ustedes permanecen en Mi palabra, verdaderamente son Mis discípulos». Esta afirmación es la clave de todo el pasaje. Si quieres que la verdad te libere, entonces tienes que permanecer en Su palabra. ¿Qué quiere decir permanecer en Su palabra? En Juan 15:10, Cristo define el significado de permanecer en Él, permanecer en Su amor y permanecer en Su palabra, dijo: «Si guardan Mis mandamientos, permanecerán en Mi amor, así como Yo he guardado los mandamientos de Mi Padre y permanezco en Su amor». Permanecer en Él, permanecer en Su amor y permanecer en Su palabra significa que tienes que obedecer Sus mandamientos. Por lo tanto, para experimentar la libertad del pecado como lo prometió Jesucristo, tienes que conocer y obedecer Su palabra.
2. Tienes que reconocer que tu viejo hombre fue crucificado con Cristo. Esta es la verdad que tienes que reconocer. Pablo declaró en Romanos 6:6-10, «Sabemos esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo, para que nuestro cuerpo de pecado fuera destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado; porque el que ha muerto, ha sido libertado del pecado. Y si hemos
muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él, sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de entre los muertos, no volverá a morir; la muerte ya no tiene dominio sobre Él. Porque en cuanto a que Él murió, murió al pecado de una vez para siempre; pero en cuanto Él vive, vive para Dios». Para Pablo era esencial que supieras que tu naturaleza pecaminosa había sido (tiempo pretérito) crucificada con Cristo. No hubiera dicho sabemos esta verdad a menos que fuera absolutamente necesario. ¿Qué quiere decir ‘saber que tu viejo hombre fue crucificado con Cristo’? La palabra sabemos significa saber algo por experiencia. Esta es la misma palabra que Mateo usó cuando afirmó que José no conoció a su esposa hasta después de que María dio a luz a Jesús (Mateo 1:25 RVR '60). Este conocimiento que Pablo enfatiza no se refiere al conocimiento intelectual de esta verdad, sino un conocimiento personal e íntimo. Este conocimiento personal es la diferencia entre saber intelectualmente que el fuego te quemará si te acercas demasiado, y saber que quema después de poner tu mano en la llama. Esta palabra sabemos está en el tiempo presente lo que significa que continuamente debes saber esta verdad y estar completamente convencido de su veracidad. Además, Pablo enfatiza, aún más, la realidad de esta verdad al compararla con la muerte y la resurrección de Cristo. Este hecho es tan verídico como la muerte y la resurrección de Jesucristo. Así como Él murió, tú también moriste. Así como la muerte no tiene dominio sobre Él, tu vieja naturaleza no tiene dominio ni control sobre ti. Eso quiere decir que eres libre, ¡así como Él es libre!
Algunas personas pensarán que sí conocen esta verdad; pero, muchas de ellas la conocen intelectualmente, no por experiencia propia. Sé que es así porque las mismas personas me dicen que conocen esta verdad; pero todavía luchan y, regularmente, pierden la batalla contra la naturaleza pecaminosa. Si realmente conocieran esta verdad, estarían experimentando la libertad que este pasaje promete. Por lo tanto, si estás luchando y perdiendo la batalla contra tus deseos carnales, quiero animarte a que, en este momento, le pidas a Dios que abra tus ojos espirituales y te dé una revelación sobrenatural del hecho de que tu viejo hombre fue crucificado con Cristo hace dos mil años. Pídele que te demuestre que conquistó, de una vez por todas, tu naturaleza pecaminosa y esto significa que es un hecho consumado. No hay nada más que Dios tenga que hacer para liberarte del poder del pecado que en un tiempo te dominó y controló. ¿Conoces y estás seguro de este hecho? ¿Estás totalmente convencido de que tu naturaleza pecaminosa fue destruida con Jesucristo? Esta palabra destruida significa «dejar fuera de servicio». Es como dejar fuera de servicio una luz eléctrica en tu casa al desconectarla del enchufe. Está fuera de servicio porque le has quitado la fuente de energía. Esa es la clave. Jesucristo desconectó tu vieja naturaleza y la dejó fuera de servicio. La luz todavía está prendida (al igual que tu naturaleza pecaminosa todavía está en tu interior) y puede ser conectada de nuevo, si lo permites. Pero estás libre del control de tu naturaleza pecaminosa porque la fuente de energía ha sido eliminada. Como ves, el Señor sabe exactamente cómo lidiar con tu pecado. No sólo murió por todos tus pecados, el fruto de tu naturaleza pecaminosa, sino que también destruyó la fuente de esos pecados. Tu vieja naturaleza fue crucificada con Cristo en la cruz. Él murió por el pecado una tan sola vez, y tu viejo hombre murió con Él. Resucitó y tú resucitaste junto con Él para convertirte en una nueva criatura en Cristo.
3. El tercer paso para lograr la libertad del pecado es que tienes que reconocer que esta verdad es verídica, y que tu viejo hombre fue crucificado con Cristo. Pablo continúa diciendo: «Así también ustedes, considérense muertos para el pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús. Por tanto, no reine el pecado en su cuerpo mortal para que ustedes no obedezcan a sus lujurias» (Ro. 6:11-12). Es
importante que obedezcas esta verdad, de lo contrario estarás obedeciendo a tus lujurias en lugar del Espíritu.
¿A qué se refiere Pablo cuando manda: «considérense muertos para el pecado»? La palabra considérense es una palabra de contabilidad que significa apuntar en el libro mayor algo designado como parte de tu inventario. Dios selló y acreditó tu libro espiritual de cuentas con Su justicia en el momento en que pusiste tu fe en Jesucristo (Ro. 3:21-22). Sin embargo, en este contexto, Pablo les pide a los creyentes que reconozcan que lo que Dios ha hecho es fidedigno. En otras palabras, Pablo dice: «Quiero que consideres o reconozcas que tu viejo hombre fue crucificado con Cristo, que Él eliminó de tu cuenta los pecados que cometiste y también te ha liberado del control de tu naturaleza pecaminosa». Considerar es reconocer por fe que esto es cierto al creer lo que Dios ha dicho. Si intentas aceptar este hecho con tus sentimientos, no lo lograrás. ¿Por qué? Porque no sientes que tu vieja naturaleza está muerta. Cuando te enojas o te vuelves lujurioso o celoso, el viejo hombre parece estar bastante vivo. Parece que la luz eléctrica todavía está conectada a la fuente de energía. Pero es justo en ese momento cuando debes reconocer que la Palabra de Dios es verdadera y tus sentimientos no. Experimentarás la realidad de este hecho solo cuando decidas, por fe, que la Palabra de Dios es fidedigna. Tienes que creer a pesar de tus sentimientos. Cuando el poder del pecado arde en tu interior con el fuego de la lujuria sexual, o la ira o el resentimiento te dominan, tus sentimientos gobiernan. En ese momento tienes que obedecer la Palabra de Dios a pesar de tus sentimientos. Tienes que creer los hechos de la Palabra de Dios en lugar de tus sentimientos. Tienes que creer y reconocer lo que la Palabra de Dios declara: Estás muerto al pecado y libre de su dominio y control. Si te dejas llevar por tus sentimientos, te mentirán y te dirán que no estás muerto.
Entonces, para creer y considerar verídico el hecho de que estás muerto al pecado, simplemente toma la decisión de no obedecer al pecado, ni permitir que te domine en ese momento. Aquí es donde comienza la verdadera libertad. Tienes que reconocer esta decisión de vital importancia—obedecerás los deseos de tu carne o los mandamientos de Dios. No permitas que el pecado reine en tu cuerpo mortal. Considerarse muerto al pecado es la manera de despojarse del viejo hombre.
Pabló explicó esta misma verdad cuando exhortó a la iglesia en Colosas: «Porque ustedes han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios...Por tanto, consideren los miembros de su cuerpo terrenal como muertos a la fornicación, la impureza, las pasiones, los malos deseos y la avaricia, que es idolatría. Pues la ira de Dios vendrá sobre los hijos de desobediencia por causa de estas cosas, en las cuales ustedes también anduvieron en otro tiempo cuando vivían en ellas. Pero ahora desechen también todo esto: ira, enojo, malicia, insultos, lenguaje ofensivo de su boca. Dejen de mentirse los unos a los otros, puesto que han desechado al viejo hombre con sus malos hábitos» (Col. 3:3-9). Por lo tanto, puedes estar seguro de que moriste con Cristo y tu naturaleza pecaminosa está fuera de servicio. Dale muerte a tus malos deseos y conducta pecaminosa. ¡Ya no permitas que el pecado reine dentro de ti! ¡Eres libre! Ahora reconoce en fe que este hecho es verídico.
4. El cuarto paso para lograr la libertad del pecado es presentarse a Dios y permitir que el Espíritu Santo haga Su obra para liberarte. Esta es otra verdad que debes obedecer con plena consciencia. Pabló instruyó: «ni presenten los miembros de su cuerpo al pecado como instrumentos de iniquidad, sino preséntense ustedes mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y sus miembros a Dios como instrumentos de justicia» (Ro. 6:13). La palabra, presenten, significa rendirse o entregarse.
Cuando te presentas, simplemente te sometes a Dios; te rindes ante Él en lugar de rendirte al pecado. Es la decisión de obedecer a Dios y no a tus deseos.
Observa que tres veces te anima a tomar una decisión, dijo: «no reine el pecado en su cuerpo mortal para que ustedes no obedezcan a sus lujurias; ni presenten los miembros de su cuerpo al pecado». Esto revela que tu decisión es muy importante. Además, estas tres exhortaciones están en al tiempo presente, eso significa que tu decisión tiene que ser una decisión continua que tomas todos los días. No reine, no obedezcan, ni presenten—estas son decisiones tuyas. En lugar de eso, debes presentarte ante Dios. En otras palabras, ríndete a Él en lugar de rendirte ante el pecado. Aquí es donde se perfecciona tu libertad. A medida que te rindes ante Dios, el Espíritu Santo te libera del poder del pecado y transforma tu vida. Pablo explica cómo ocurre esto en Gálatas 5:16, «Digo, pues: anden por el Espíritu, y no cumplirán el deseo de la carne». Si eliges someterte y presentarte a Dios, el Espíritu Santo te llenará e impedirá que tu carne te controle. Así es como evitas que el pecado reine en tu cuerpo mortal. Cuando te rindes, el poder del Espíritu se encarga del resto. Pedro da la misma instrucción, «Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro» (1P. 1:22 RVR '60). Recuerda, puedes obedecer la verdad solamente por el poder del Espíritu. Él te da la fortaleza para obedecer y para dar muerte a las obras y deseos de la carne. En Romanos 8:13 Pablo dijo: «si ustedes viven conforme a la carne, habrán de morir; pero si por el Espíritu hacen morir las obras de la carne, vivirán». Si quieres que la vida de Cristo empodere tu vida, esto es lo que debes hacer.
Permíteme resumir las decisiones que debes tomar.
Elige permanecer en Su verdad y obedecerla. Reconoce y acepta que tu viejo hombre (tu naturaleza pecaminosa) fue crucificado con Cristo. La próxima vez que sientas que los pensamientos y deseos pecaminosos comienzan a controlar tu corazón y tu mente, elige reconocer que estás muerto a estos y vivo para Dios, lo que quiere decir que le das la prioridad a Él. Finalmente, preséntate a Dios y ¡pídele al Espíritu Santo que te llene y te libere! ¡Camina de esta manera todos los días!
¿Por qué es tan importante implementar estas verdades en tu vida? ¡Porque Dios quiere que seas libre! No quiere que estés atado a ninguna conducta pecaminosa que acarree fracasos y condenación. Quiere que seas libre para que ayudes a liberar a otros que están atados al pecado. Si no eres libre, no puedes ayudar a liberar a nadie. ¡Es imposible! Pero el Señor puede liberar a toda persona de cualquier actitud o conducta pecaminosa. ¡Él vino a proclamar libertad a los cautivos! (Lucas 4:18). Regocíjate en esa victoria.
Padre, ruego que a cada uno de nosotros nos ayudes a reconocer que tu Palabra es verdadera. Danos la certeza en nuestro corazón de que el viejo hombre fue crucificado con Cristo y ayúdanos a considerarlo muerto cada vez que el pecado intente dominar nuestras vidas. ¡Llénanos ahora al presentarnos a ti! Libéranos de las garras de todo pecado, el pecado que fácilmente nos atrapa. Te abrimos nuestros corazones. ¡Lleva a cabo tu obra liberadora ahora mismo! ¡En el nombre de Jesús!